martes, 10 de noviembre de 2009

DISCURSO ACADEMICO DEL PADRE MANUEL CORRALES PASCUAL S.J., rector de la PUCE, Quito.

En esta especie de última lección breve, deseo transmitirles un par de enseñanzas del papa Benedicto XVI en su reciente encíclica social Caritas in veritate, hecha pública el 29 del pasado junio, comienza el Papa diciéndonos esto: “la caridad en la verdad… es la principal fuerza impulsora del auténtico desarrollo de cada persona y de toda la humanidad”. (Caritas in Veritate, n.º 1).

Reflexionemos un momento sobre la frase que acabo de citar, porque tiene mucho que ver con nosotros los universitarios, con nosotros miembros de una universidad católica. Una vez más hay que repetirlo: el objetivo, la finalidad última a la que aspira nuestro centro de estudios es la persona, son ustedes, somos todos los miembros de la comunidad universitaria.

Una universidad es un lugar privilegiado para el intercambio de conocimientos, para la iniciación en los saberes, para el aprendizaje y la asimilación de esos saberes, tanto teóricos como prácticos. Pero no se agota ahí la misión y la finalidad de un centro de estudios superiores: No tratamos solamente de transmitir conocimientos, no es el saber a secas el horizonte último de nuestros afanes.

Saber cosas, y saberlas bien, nos acerca sin duda a la verdad. A la verdad que buscamos sobre nosotros mismos, sobre la naturaleza y el mundo, sobre las instituciones humanas, a la Verdad con mayúscula que todo lo trasciende. También es un modo de manifestar la verdad el ser experto, hábil, en hacer cosas, en hacerlas bien. Pero —insisto— no se agota ahí la tarea universitaria.

El Papa inicia su encíclica con una afirmación rotunda que es, por una parte, fruto de la experiencia que él y todos nosotros tenemos sobre nuestro modo de conducirnos por la vida. Y, por otro, la frase del Papa es remate de una larga meditación sobre esa misma experiencia: ¿Qué es en realidad lo que a ustedes y a mí nos mueve a hacer esto o aquello, a com-portarnos de esta o de aquella manera? Y todavía más importante: ¿Qué es lo que a ustedes y a mí nos mueve a cultivarnos, a enriquecernos espiritualmente, a construir-nos cada día como personas? El Papa responde: “la caridad en la verdad … es la principal fuerza impulsora del auténtico desarrollo de cada persona y de toda la humanidad”. No solo el saber, no solo el saber hacer. No solo el acercarnos a la verdad en una tarea que nunca concluye. Pero tampoco solamente el amor, sino “el amor en la verdad”.

Nos dice el Papa: “No existe la inteli-gencia y después el amor: existe el amor rico en inteligencia y la inteligencia llena de amor”. (Caritas in Veritate, n. 30). ¬¬
Sin duda el amor es el motor que ha movido —y mueve— a muchas personas a realizar grandes cosas, e incluso a jugarse la misma vida, a defender convicciones que consideran innegociables. Por eso el Papa afirma: “el amor es una fuerza extraordinaria, que mueve a las personas a comprometerse con valentía y generosidad en el campo de la justicia y de la paz”. (Caritas in veritate, n.º 1).

Tratemos de retener esta frase del Papa, tratemos de calibrar su importancia: el amor es una fuerza impresionante: nos mueve a comprometernos valientemente, generosamente con las grandes causas a favor de las personas, de nuestros semejan-tes, de nuestros prójimos. Nos mueve a comprometernos con la justicia y con la paz.
Pero el Papa nos alerta: El amor solo, no. El amor —nos ha dicho desde siempre la sabiduría popular— es ciego. Necesita los ojos, la luz de la verdad para ser un verdadero motor, un auténtico y eficaz motivador. “Sin la verdad —nos dice el Papa— el amor cae en mero sentimenta-lismo” (Caritas in Veritate, n.º 3). Y explana esta importante convicción, de la que también nosotros tenemos experiencia: Sin verdad, “el amor se convierte en un envol-torio vacío que se rellena arbitrariamente. Este es el riesgo fatal del amor en una cultura sin verdad. Es presa fácil de las emociones y las opiniones contingentes de los sujetos, una palabra de la que se abusa y que se distorsiona, terminando por significar lo contrario” (es decir, lo contrario del amor que es don y generosidad: y lo contrario del amor es el odio, la tacañería, el egoísmo que busca el bien, no para los demás, sino para uno mismo, solitario y amargo…)

Y es una gran responsabilidad pensar que en nuestra cultura, en nuestras relaciones sociales, en nuestro convivir con nues-tros conciudadanos, hemos menoscabado la verdad, hemos ido introduciendo sub-repticiamente el engaño, la trampa, la mentira. Y es una gran responsabilidad para ustedes, graduados de la PUCE, trabajar por rescatar el reino de la verdad en nuestra sociedad, en nuestro país. Sin verdad —no lo olvidemos nunca— el amor se degenera en mero sentimentalismo.

Pero tampoco la verdad puede subsis-tir auténticamente sin el amor. Oigamos nuevamente al Papa: “El saber nunca es solo obra de la inteligencia. Ciertamente, puede reducirse a cálculo y experimenta-ción, pero si quiere ser sabiduría capaz de orientar al hombre a la luz de los primeros principios y de su fin último, ha de ser «sazonado» con la «sal» de la caridad (es decir, la sal del amor)” (Caritas in Veritate, n.º 30).

Y aplicado esto a las tareas que debe-mos realizar en la sociedad, en la comuni-dad, nos recuerda el Papa unas palabras sabias de Pablo VI, escritas hace más de cuarenta años en su encíclica Populorum progressio: “El que está animado de una verdadera caridad (es decir, de un amor verdadero) es ingenioso para descubrir las causas de la miseria, para encontrar los medios de combatirla, para vencerla con intrepidez” (cfr. Caritas in Veritate, n.º 30).

Mis queridos graduados: La Pontificia Universidad Católica del Ecuador se sentirá contenta de ustedes si, al abandonar esta casa, no solo se llevan recuerdos gratos y emociones compartidas, sino sobre todo, si se llevan en la mente y en el corazón las dos grandes vivencias determinantes para sus vidas: “amor rico en inteligencia; inteligencia llena de amor”. Muchas gracias

Ambato, 6 de noviembre del 2009.

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