martes, 18 de diciembre de 2007

Nuestra misión es propiciar el desarrollo de las potencialidades que están en las personas


Padre Manuel Corrales Pascual
RECTOR DE LA PUCE

Nuevamente nos reunimos para decir adiós a un grupo de graduados de nuestra Universidad. Y esta circunstancia, donde concurren sentimientos de alegría y nostalgia, de estimulantes ilusiones y severos interrogantes, nos convoca una vez más a reflexionar sobre nuestra vocación universitaria.

Es misión de la Universidad continuar lo ya iniciado en los primeros estudios: Parvularia, Educación Básica, Bachillerato. Ojalá esas etapas fundamentales para el desarrollo armónico de la personalidad tuvieran en nuestro medio la calidad mínima requerida. Lamentablemente, en no pocos casos, tales etapas adolecen de serias deficiencias. Y esto incide negativamente en la capacitación necesaria para emprender los estudios superiores.

No puedo entretenerme en esta ocasión en tan grave asunto: Lo dejo apuntado como inquietud y problema que debiera preocuparnos a todos. Sea de ello lo que fuere, es misión de la Universidad —como he dicho hace un momento— continuar propiciando el desarrollo de las potencialidades que están en las personas. Y, en nuestro caso, por imposición de las circunstancias, corregir —si aún estuviéramos a tiempo— severas desviaciones y llenar elementales carencias evidentes en muchos de nuestros aspirantes a universitarios. Todas las potencialidades.

Desarrollar todas las potencialidades que el ser humano encierra dentro de sí como en germen. No solo el cultivo de la inteligencia, no solo el enriquecimiento del saber conceptual, teórico, sino esas otras dimensiones igualmente importantes, como son la imaginación creadora, la maduración de la vida afectiva, el enriquecimiento de aquellas virtualidades que hacen a la persona humana un ser diferente y diferentemente maravilloso en el conjunto de la creación: La vivencia profunda de que no estoy solo en el mundo, de que en el camino del vivir, del ir construyendo cada día mi vida, tengo compañeras y compañeros de viaje: Los otros ('el otro'), que necesitan mi apoyo como yo necesito el de ellos: Ser con ellos transparentes en la verdad, generosos en el intercambio de saberes y búsquedas, solidarios en el compartir penas y alegrías, inquietudes y esperanzas. Y, como ámbito propicio para el desarrollo de todas esas potencialidades, la apertura hacia los horizontes que van más allá, mucho más allá que el puro saber instrumental y pragmático.

¡Qué distancia tan enorme hay entre una Universidad consciente de su misión y ese otro tipo de instituciones sedicentes universidades, pero que no merecen el nombre de tales! ¡Qué grave para nuestra Universidad el olvido de su misión, el dejarse dominar por la pereza, la ramplonería y la rutina!

Al despedir a un nuevo grupo de graduados, se nos impone a todos los miembros de la comunidad universitaria cuestionarnos y cuestionar nuestro quehacer cotidiano: ¿Estamos haciendo lo que debemos hacer? ¿Lo estamos haciendo como debemos hacerlo? Es muy satisfactorio y estimulante saber que un buen número de nuestros graduados —tal vez la inmensa mayoría de ellos— se desempeñan profesionalmente con solvencia, incluso con excelencia. Pero ¿es el puro desempeño profesional el único criterio para saber si estamos haciendo las cosas bien, si las estamos haciendo como debemos hacerlas?

Porque la faena de colaborar a que en el estudiante se desarrolle, crezca y madure sus potencialidades —todas sus potencialidades—, y que ese desarrollo, crecimiento y maduración sean armónicos, exigen de los maestros algo más que competencias cognitivas y habilidades y destrezas con las que proyectar a la praxis aquellas competencias. Nadie da lo que no tiene: Si el maestro no es amigo de la verdad, mal podrá promover su desarrollo entre sus pupilos. Si es egoísta, qué generosidad y solidaridad podrá sembrar en ellos. Los valores no se enseñan, se contagian.

Por eso, al despedir hoy a nuestros graduados, junto a la satisfacción de ver que han coronado exitosamente una etapa universitaria, debemos todos nosotros, pero particularmente los maestros, ser permeables a las punzantes cuestiones sobre nuestro quehacer: Dejar que las grandes cuestiones sobre el sentido de nuestro trabajo nos inquieten y nos estimulen a la búsqueda de adecuadas respuestas, que no han de ser puramente conceptuales, que no han de quedarse en la pura teoría: Que han de manifestarse en los hechos: “Obras son amores y no buenas razones”.

Queridos graduados y graduadas: El ser estudiante no es una profesión, es una etapa vital que se termina antes de lo que muchos creen. La de ustedes ya terminó, aunque todavía podría y debería continuar con la necesaria formación permanente. Nosotros en cambio, sus maestros, continuamos en casa; pero queremos continuar con la ilusión y el propósito de hacer mejor las cosas, de ser mejores maestros, de unir esfuerzos para que la misión de la Universitas, que es la formación integral, pues no otra cosa es el desarrollo de las potencialidades de la persona, sea cada día una realidad más evidente y fecunda.

Felicidades a los graduados y graduadas.
Y a todos ustedes: ¡Muchas gracias!

No hay comentarios: