jueves, 12 de julio de 2007

Discurso del Padre Manuel Corrales Pascual S.J.


Hace muy pocos días, el sábado 23 de junio, el Papa Benedicto XVI recibió a un numeroso grupo de rectores y profesores universitarios europeos. La ocasión fue el Encuentro de Profesores y Rectores pro-movido por el Consejo de las conferencias episcopales europeas y organizado por los docentes de las universidades romanas.
Un nuevo humanismo para Europa. Papel de las universidades. Tal fue el tema de aquel encuentro.
Al celebrar el vigésimo primer aniversario de esta sede ambateña de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador, puede ser muy saludable para todos nosotros reflexionar sobre las palabras que el Papa dirigió al mencionado grupo de académicos europeos.
Es cierto que el mundo europeo es diferente en muchas cosas del nuestro. Es cierto que, así como nosotros tenemos nuestros problemas, los europeos tienen los suyos. Pero hay una serie de cuestiones que atañen por igual a europeos y americanos, trátese de los americanos de origen anglosajón como de los americanos de origen ibérico. Por otra parte, el ensanchamiento de las posibilidades de comunicación hace hoy día que asuntos propios de un país o de una región del mundo, pronto sean patrimonio de toda la familia humana.
Por ello, si el Papa, al comienzo de su discurso, dice que Europa está viviendo actualmente cierta inestabilidad social y cierta desconfianza con respecto a los valores tradicionales, podemos reconocer como nuestras esas dos características: no es necesario hacer demasiados esfuerzos para comprobar que, efectivamente, la inestabilidad social, y también la política, y la familiar, son características de nuestras sociedades latinoamericanas, y particular-mente de la nuestra. Que hay un cuestionamiento de los valores tradicionales, también es evidente. Que hay valores que entre nosotros no tienen el suficiente aprecio también es asunto que a muchos nos preocupa.
Nuestra propia situación histórica es tan grave, tan problemática, que a juicio de muchos entendidos de dentro y de fuera de casa, puede cuestionarse si somos o no un país con futuro.
El Papa, en su discurso, dice que las instituciones académicas europeas de arraigada y asolerada institucionalidad, pueden prestar una importante contribución a la configuración de un futuro de esperanza.
Yo estoy convencido de que también entre nosotros la Universidad tiene una especial misión y un grave desafío con respecto a la comunidad ecuatoriana en la actualidad: los universitarios estamos obligados a reflexionar seria y responsablemente sobre lo que podemos y debemos hacer en favor de nuestros países; es decir, en definitiva, en favor de nosotros mismos. Y estamos obligados a elaborar y hacer públicas propuestas tan sólidamente fundamentadas, tan rigurosamente formuladas, que nuestros gobiernos no tengan más remedio que asumirlas como políticas de Estado.
Las universidades ecuatorianas deben hacer oír su voz. La comunidad ecuatoriana debe escuchar la voz de sus universidades. Pero para que esto ocurra y tenga consecuencias eficaces, nuestras universidades deben merecer la confianza de los ciudadanos. ¿Son dignas de confianza las universidades ecuatorianas? He aquí una pregunta fundamental: pues la confianza es la principal condición de posibilidad de una fecunda acción en favor del bien común. Si nuestras universidades cumplieran a cabalidad con su triple misión —la búsqueda, la transmisión y el servicio de la verdad que promueve la justicia—, nuestros pueblos, y especial-mente los amplios sectores menos favorecidos de nuestros pueblos, tendrían mayor confianza en ellas, en su palabra respaldada y confirmada por sus hechos.
También nuestra Universidad —en cada una de sus sedes— debe hacerse a conciencia esta pregunta: ¿Merezco la confianza de los ecuatorianos? ¿Me he esforzado honradamente por merecer esa confianza?
Y desde una sincera reafirmación de sus principios, desde un severo examen sobre el cumplimiento de su misión, continuar con fervor enriquecido la tarea de aportar a la comunidad ecuatoriana nuevas ideas, nuevos caminos, nuevas ilusiones que alimenten su esperanza en un mejor futuro para todos nosotros.
El Papa centra sus reflexiones en la necesidad de un nuevo humanismo. ¿Y cuáles son las características de ese nuevo humanismo? ¿Qué papel desempeñan las universidades en la búsqueda, formulación y ejercicio de un nuevo humanismo? Esta pregunta parece ser el hilo conductor de las tres reflexiones que el Papa propuso a los rectores y profesores universitarios europeos en su reciente discurso. Y tal hilo conductor y tales reflexiones podemos con pleno derecho y responsabilidad apropiárnoslas nosotros.
En primer lugar recuerda el Papa la necesidad de un estudio exhaustivo de la crisis de la modernidad; es decir, de aquella época de la historia que consideró al ser humano —individual y social-mente— como centro del universo. Una época que llegó a crear una falsa dicotomía entre fe y razón, entre auténtico humanismo y reconocimiento de la primacía de lo trascendente —del Trascendente— en la vida de los seres humanos y en la historia. La consecuencia última de esta dicotomía resultaba ser el conflicto irresoluble entre derecho divino y libertad humana. Esto, según afirma el Papa, condujo a una situación en la cual la humanidad resulta amenazada por sus propios progresos económicos y técnicos.
En segundo lugar, toca el Papa el tema típicamente postmoderno de la nueva concepción de razón y racionalidad. El pensamiento puramente racionalista, que señoreaba en el mundo occidental a partir del Renacimiento, y que tuvo su momento estelar en el Siglo de las Luces, debe ser relevado por lo que se ha dado en llamar el “pensamiento complejo”: la idea de “razón” y de “racionalidad” debe ensancharse, enriquecerse, a fin de que pueda explorar y asumir aquellos aspectos de la realidad que van más allá de lo meramente empírico, que no pueden ser captados por la pura razón instrumental.
Finalmente, plantea el Papa la contribución que el Cristianismo puede ofrecer a la configuración y a la realización de un nuevo humanismo: del humanismo del futuro. Lo típico de la inspiración cristiana de nuestra Universidad ha de continuar siendo su anhelo por iluminar la verdad sobre el ser humano, sobre la persona: la verdad total. El Cristianismo, dice el Papa, no puede ser relegado al mundo del mito o de los sentimientos: debemos asumirlo de manera que se constituya en un motor transformador espiritual de las personas, un acicate que les permita realizar con plenitud su propia vocación histórica.
La celebración de estos veintiún años de servicio a las comunidades del centro de la República, es una excelente oportunidad para que todos nosotros hagamos nuestras las sugerencias que el Papa acaba de hacer a los rectores y profesores universitarios europeos: supe-ración de un humanismo puramente antropocéntrico, enriquecimiento de nuestras herramientas espirituales para mejor entender la realidad, y reafirmación de nuestra inspiración cristiana que nos incita una vez más ser “luz del mundo y sal de la tierra”.

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